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Letras sobre el portón de la Comunidad, con un pasacalle de celebración en su vigesimoquinto aniversario en 2022.
Fotografía por Ana Karina Muñoz. Bandera oficial de la Cooperación internacional. Dice Pace y "Io non ho paura", no tengo miedo en español.

Una serranía codiciada 

En la subregión de Urabá, hay un constante asedio por el control territorial debido a su ubicación geográfica: la puerta al mar y a Panamá. Allí confluyen las culturas paisas, chocoanas y costeñas. En la zona central de esta región se encuentran Turbo y Apartadó, de extensivas plataneras y calores estancados. Su economía ha sido campesina, del campo desplazado que llegó a cultivar maíz, banano y cacao. Apartadó pronto se convirtió en el emporio de la riqueza bananera, y con su bonanza el territorio se pobló, pero el crecimiento demográfico no incluyó inversión gubernamental para vigilar la urbanización, sanidad, o siquiera la construcción de escuelas y hospitales. Esto hizo que sus habitantes se apoyaran en la resistencia popular para desarrollarse; tomaron protagonismo sindicatos, ligas campesinas y juntas de acción comunal para la organización territorial. Esto creó un conflicto entre los trabajadores bananeros y los hacendados, dando como resultado el asesinato de muchos de esos obreros. Según la red cultural del Banco de la República, entre 1988 y 1995 los homicidios en la región bananera fueron cuatro veces más que en el resto de Urabá. 

Apartadó, una de las zonas más golpeadas por el paramilitarismo en el país, atestiguó el exterminio político de la Unión Patriótica, dejando a tres de sus alcaldes acribillados. El 16 de agosto de 1996 en plena terminal, asesinaron a Bartolomé Castaño, concejal por la UP e ideador de la Comunidad.  

Desde la década del 70 llegó el Frente 5 de las Farc a tomar control de la serranía Abibe, en donde se encuentra el corregimiento de San José de Apartadó. Por esto, el Ejército Nacional inició operativos, reteniendo campesinos y acusándolos de auxiliar a la guerrilla. Empezaron a padecer robos, agresiones, desplazamientos forzados, asesinatos indiscriminados y masacres. Varios de estos hechos fueron documentados por el padre Javier Giraldo en su página web javiergiraldo.org.

En medio de esto se funda la Comunidad de Paz. Campesinos que se resistieron al desplazamiento, solicitaron ayuda de la Iglesia Católica y de organismos de derechos humanos. La Diócesis de Apartadó y la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz respondieron el llamado sugiriendo la creación de zonas neutrales como mecanismos comunitarios de autodefensa. 

Empezamos a conocer este principio de protección colectiva cuando le preguntamos a Blacho, o Bladimir Arteaga, de qué era la bandera multicolor que ondeaba sobre las casas. “Es la bandera internacional de la paz”, respondió. Él ha crecido toda su vida en la Comunidad y se ha interesado por la música. Desde los 12 años trova la historia de su territorio. Él nos contó que tan pronto se declaró neutralidad, Aníbal Jiménez escribió el himno. Ahora, él carga su legado musical. Blacho tiene un canal de YouTube que es Bla2 Arteaga, en el se encuentra el himno: 

Cuando los docentes de Producción y Géneros Periodísticos II e Investigación Periodística II anunciaron que iríamos a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, la realidad pareció hecha de sueños. Semestres atrás, una profesora nos contó de esta población de campesinos que sobrevivieron a masacres y desplazamientos en Apartadó, e hicieron una comunidad soberana cortando sus lazos con el gobierno. Tuvimos la oportunidad de palpar esa resistencia y particularmente conocer otro mundo de prácticas económicas alternativas del sistema hegemónico. 

Empezamos a vivenciar su memoria cuando nos encontrarnos frente al portón que los protege. Observamos aquel caserío entre las montañas de la hostigada tierra urabeña. 

Luchar con la vida por la vida

Brígida González, una de las reconocidas lideresas de esta comunidad, sigue viviendo allí, tejiendo bolsos, pintando la historia y atendiendo con sus conocimientos en medicina natural. Ella recuerda que, desde la planeación de la zona neutral por dos años, esta visión se opacó con la cara del mismo Estado: “El 23 de marzo del 97 se dio la declaración pública de la Comunidad de Paz San José. Ese día de la firma todavía creíamos que, a través de la Iglesia Católica, la Cruz Roja Internacional, la ONU y otras organizaciones, íbamos a tener esa lucecita para seguir trabajando en el campo, pero resulta que a los ocho días entraron los militares y dijeron “Necesitamos este territorio desocupado, nosotros venimos haciendo la advertencia y detrás vienen los mochacabezas”. 

El 24 de marzo 1998, en conmemoración de la fundación, se produjo el primer retorno a las veredas. No tuvo garantías, pero fue masivo. El Padre Javier registra 6 muertos en este intento de retorno. Esto continuó y cada año se sumaban nombres a la lista de vidas que dieron en su lucha de paz. En 1999, en un intento de retorno a la vereda Mulatos, fue asesinado Aníbal Jiménez, maestro musical de Blacho; el 8 de julio del 2000 fueron asesinados en la vereda La Unión, en presencia del pueblo y a manos de paramilitares encapuchados, Pedro Zapata, Humberto Sepúlveda, Elodino Rivera, Diafonor Correa y Jaime Guzmán; en agosto de 2001, en la misma vereda, fue asesinado Alexánder Guzmán. 

Fotografía por Ana María Luna. Brígida en la casa que habita en el caserío de San Josecito de la Dignidad. Ella cuenta que al principio eran 15 casas para 74 familias, y tuvieron que habitar hasta 7 familias en una misma casa.

El 21 de febrero de 2005, en las veredas Mulatos y La Resbalosa, se perpetraron dos masacres a manos del bloque paramilitar Héroes de Tolová con el apoyo de la brigada 17 del ejército. Asesinaron a Luis Eduardo Correa, su esposa Bellanira Areiza y su hijo de 11 años. También a Alfonso Bolívar, su esposa Sandra Muñoz y dos hijos de 5 y 2 años. Después de esto, el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez acusó a los miembros de la Comunidad de guerrilleros, lo que terminó cuando en 2013 la Corte Constitucional ordenó al Estado ofrecerles disculpas por los “funcionarios públicos que mancillaron el buen nombre y la honra de la comunidad”.  

En marzo de 2005 militarizan San José de Apartadó, por lo que rompieron relación con el Estado y se desplazaron a los predios de la finca “La Holandita”, ubicada a un kilómetro del casco urbano del corregimiento: “El 21 de febrero decidimos no vivir con ningún actor armado, y Álvaro Uribe se empeñó en decir que, si no aceptamos fuerza pública dentro del caserío, no podíamos existir. Entonces dijimos que las casas, los edificios, no son la comunidad, sino cada uno de nosotros. Ahí fue donde el primero de abril de 2005 nos desplazamos aquí”, relata Brígida. Esta finca era propiedad de la Cooperativa Balsamar y fue abandonada tras el asesinato y desplazamiento de sus miembros. En los papeles, se hereda este predio a toda organización que trabaje por los derechos humanos. 

La Comunidad de Paz fundó allí San Josecito de la Dignidad, el lugar que conocimos tras ese portón, pero estos terrenos siguen en disputa. El miércoles que estuvimos, varios miembros asistieron a una audiencia en Apartadó: “Ninguna garantía en el acceso efectivo de la administración de justicia para la formalización de nuestra tierra. Juez Segundo Civil del Circuito de Apartadó de nuevo aplazó audiencia #JuezAplazaOtraVezAudiencia”, publicaron en Facebook ese día

Memoria viva

La memoria también se cultiva día a día: “Acordémonos, hermanos, de los muertos que hemos puesto y brindémosle homenaje con cariño y mucho amor. Vamos todos campesinos para ir fortaleciendo la Comunidad de Paz”, dice el himno. 

La bandera multicolor que dice Pace (paz en italiano), está colgada sobre el Centro de Memoria. Esta es una cúpula en la que realizan ceremonias como las de Semana Santa, da la sensación de ser sacro. Tiene vitrales que realzan sus valores, como diversidad, dignidad, memoria y resistencia. En sus interiores hay cuadros pintados con rostros de 50 personas que han sido asesinadas, y entre ellos, placas con los más de 300 nombres de todas las víctimas.

Brígida nos abrió este espacio a varias compañeras, y dentro preguntó qué sentíamos allí. Ella siente sus presencias, nosotras el respeto hacia ellas. 

Aunque en la Comunidad haya personas valientes y nobles, son los niños quienes logran cautivar más, por su libertad para hacer lo que sienten, su conocimiento del territorio y su sublime curiosidad. El primer día estábamos fuera del Centro de Memoria admirando los muros pintados alrededor con su historia, algunas niñas se acercaron a contarnos que ellas también lo pintaron. Luego relataron momentos dentro de esos muros, en los que han sentido a Luis Eduardo o a otras personas que viven en la memoria. Cuando estábamos en el Centro de Memoria, Brígida nos contó que alguna vez estaban varios niños en ese lugar jugando y vieron a varias personas vestidas de blanco rodeándolos. Los niños se asustaron y corrieron, pero Brígida lo expresa con afecto. 

Entre el Centro de Memoria y los muros pintados, hay osarios en los que están algunas de las personas ya mencionadas, y otros más vacíos esperando a sus próximos moradores, que la Jurisdicción Especial para la Paz no ha identificado. En medio de estos osarios, está el sepulcro de Eduar Lancheros, con varias plaquetas con sus palabras o agradecimientos. En el kiosco también hay un pendón de él. En sus palabras se lee que entregó su vida a la construcción de Paz en esa comunidad.  

Eduar Lancheros fue un filósofo que hizo parte de los jóvenes “De Hache”, un proyecto pedagógico de la Comisión de Justicia y Paz. En 1997, cuando estaban internados en zonas de conflicto, Eduard llegó desde el norte del Chocó a la Comunidad de Paz y decidió quedarse. Apoyó metodológicamente, amplió las apuestas de dignificación e identificación histórica. En esta época, empezaron a conceptualizar sus formas de vivir, resolviendo violencias a las que se veían sometidos. Una de estas, la falta de educación.

Autodeterminación es autonomía 

Martha Vásquez, profesora de la Comunidad, nos contó que pidieron a la Secretaría de Educación de Apartadó enviar profesores, pero solo los enviaban a San José de Apartadó. Además, dijo que los profesores eran obligados a comprometerse con la brigada 17 para ser informantes, entonces, dejaron de ir a las veredas. Por esto diseñaron su plan de estudios. Está dividido en cuatro grupos que son prelectores, básica, media y técnica, que, visto desde afuera, prelectores sería preescolar y primero, básica sería segundo y tercero, y así.

  Comenta “Se decidió que los niños y niñas iban a tener una educación propia con jóvenes de la misma comunidad. Como una frase muy bonita que decía Eduar Lancheros: “Convertir el dolor en esperanza”. Lo que hicimos fue sacar algo positivo en respuesta a esa negatividad que nos estaban dando. Los primeros jóvenes empezaron enseñando con el sistema oficial, desde leer, sumar y restar, lo más básico de la educación tradicional. Empezamos a mirar en esa educación, qué queríamos, ¿educar los niños para que fueran a la competencia afuera, o educar los niños para que amaran el territorio, amaran el proceso de la comunidad y se quedaran? Ahí fue donde empezamos a buscar lo alternativo de la educción, que aprendieran desde la realidad, de lo que hay dentro y fuera del entorno”. Tienen cuatro materias: naturaleza, lectoescritura, técnicas y memoria y comunidad. Resumieron las materias en cuatro, siendo memoria y comunidad la más sonada, pues no solo enseñan la historia del país y la Comunidad, sino que hacen actividades colectivamente como construir, sembrar, pintar o tejer. 

En 2003, los paramilitares empezaron a hacer bloqueos en carretera para evitar que se llevara comida a la Comunidad. No podían ir a comprar sal o aceite porque los obligaban a desecharlo, o se los llevaban a la comisaría; entonces empezaron a ir en grupos de 50 personas. Reconocieron la importancia del trabajo comunitario y ahora todo lo hacen así: toman decisiones, construyen casas, trabajan la tierra, etc. Estos grupos de trabajo son coordinados por Comités, los que a su vez coordina el Consejo Interno, 8 personas elegidas democráticamente cada 2 años. Este Consejo es el encargado de la gobernanza, desde administrar el fondo interno hasta realizar visitas periódicas a las fincas que conforman la Comunidad de Paz. Actualmente, la Comunidad está en 8 veredas de San José de Apartadó y en 4 veredas de Tierralta (Córdoba): doce núcleos, de los que San Josecito de la Dignidad es el más fuerte. Así nos explicaba Arley Tuberquia, miembro del Consejo Interno: “Lo que compone a la Comunidad son las personas, no los lugares.  Son todas las personas que hacen parte y están establecidas, en San José de Apartadó, o en Córdoba, o en otra parte”. 

Seguridad y soberanía alimentaria

Gloria al sendero de paz, que abrió la luz brillante de la neutralidad. Vamos todos apoyados, el uno con el otro, rescatando los valores de la civilidad. Vamos todos adelante, con cariño y mucho amor, con los suyos y los nuestros, y toda la humanidad. 

La noche del miércoles 8 de febrero nos despedimos en el kiosco, en donde se suelen reunir, y la escuchamos por primera vez cantada por todos. No se puede evitar lagrimear de alegría escuchando la pujanza campesina. Conocimos su mayor fuerza; la unidad. Este es, precisamente, uno de los valores que les ha permitido construir paz. 

Y mencionó a dos familias en otra parte de Colombia, que conforman el decimotercer núcleo. Arley, como todos los demás, sabe que lo que han construido ha sido por autodeterminación: “Aquí nos convertimos en ingenieros, en arquitectos, en maestros, nos hemos convertido en todo. Esta baldosa se colocó aquí sin saber, el kiosco, la forma como se hizo resultó de la creatividad”. En este momento, por ejemplo, están trabajando en la construcción de su Centro Cultural, falta terminar el piso, pero el techo ya está montado. Para ellos, los niños son el futuro, pero también el presente. Por esto los incluyen en el trabajo comunitario e inculcan a través de su oralidad toda la sabiduría del campo. Los jueves son de trabajo comunitario, se organizan en grupos para trabajar los sembrados de cacao, caña o maíz, o el mantenimiento de la finca, o la construcción de casas. Los niños también trabajan en la huerta comunitaria “Gilma Graciano”, que dirige Brígida. Allí tienen desde hortalizas y árboles frutales, hasta plantas medicinales y gramíneas.  

Chalán, o Carlos Fabián Cartagena, tiene 53 años, ha sido campesino toda su vida y vive hace 25 años en la Comunidad. Él nos invitó a tomar agua de coco de una palmera en su casa. Allí, mientras tomábamos, nos contó que Germán Graciano, actual representante legal, lo invitó a unirse. Desde que tenía 14 años, Chalán ya se defendía en el monte, porque trabajó con su papá desde niño. Después, empezó a jornalear en otras fincas. Nos contó que 2005 estaba en el corregimiento cuando se encontró un grupo de paramilitares que lo llamaron: “Yo les dije que no tenía compromiso con nadie, entonces me insultaron más feo, que no sé qué guerrillero, que porque no tenía documentos. No tengo documentos porque mi papá no me sacó los papeles, les dije así. Dijeron usted no sabe con quién está tratando, está tratando con los propios mochacabezas de Córdoba. Yo les dije: “Yo no soy guerrillero. Cuando usted me encuentre un arma, ahí sí me puede matar cuando quiera. Yo simplemente soy un campesino, no me comprometo con nadie”, y ya me largaron.”. Estas situaciones son hechos repetitivos, lo han padecido otros miembros de la comunidad, y también muchos otros campesinos. Por esto, la Comunidad busca dignificar su identidad campesina. En la canción Las labores de mi tierra de su álbum Pintando la realidad, Blacho canta: ya me voy en mi caballo, a mi tierra voy a trabajar. Cuatro horas tengo de camino, cuatro horas para reflexionar. Lo primero que hago en la finca, por dónde voy a empezar.  Luego narra los quehaceres de su finca, nombrando la gran variedad de frutos de sus tierras. Cuando le preguntamos a Blacho cómo empezaron a cultivar arroz, me contó que lo empezaron a hacer porque comían mucho. Esta capacidad creativa en su labor campesina es efecto de su autonomía.  

Fotografía por Emmanuel Foronda. Blacho con su guitarra y una camisa del movimiento por la liberación de la madre tierra de la comunidad Nasa del Cauca.

En esta misma construcción de autosuficiencia y memoria campesina, en 2004 fundan la Universidad Campesina, no como un lugar, sino como un momento de compartir conocimientos, plantas y semillas entre diferentes comunidades. Blacho cuenta que esa primera vez fue en la vereda Arenas Altas, y fue un mes donde se reunieron en torno a la creación de estrategias de trabajo para el mejoramiento de los territorios. Siguen siendo encuentros, de tres días a una semana, en los que intercambian saberes y aprendizajes colectivos sobre salud, la soberanía alimentaria, la tierra y el territorio. 

La Comunidad demuestra que la resistencia es un asunto del día a día, de lo cotidiano a lo general. Que implica compromiso, ingenio e, indispensablemente, unidad creada con diálogo y memoria. Con estas armas de paz, dignifican su vida pintando su propia realidad y hacen posible su mundo soberano. Blacho sintetiza esta resiliencia en su canción Aún seguimos caminando:  

Hoy nos masacran y nos invaden, todas barbaries están realizando. Pero este pueblo por sus derechos, con valentía sigue avanzando. 

Por medio de colaboradores, venden cosas, como el cacao, o el álbum de Blacho, o las artesanías de Brígida, entre otras cosas. Con ese dinero compran alimentos, o ropa, o pagan las cuentas de la luz, que suele ser de menos de 20 mil pesos al mes por familia. Uno de sus aliados es Palomas por la Paz, ONG italiana que hace presencia permanente en el territorio, y quienes les dieron la bandera de Pace a la Comunidad. 

Aunque en la Comunidad producen alimentos, también compran otra parte de ellos, como las verduras que en ese clima no se producen. María Delfa Jiménez, dueña de la única tienda de San Josecito, dice que se compra lo que no producen; implementos de aseo, aceite, arroz (cuando no hay trillado), y pollo, que ella misma cría. Para surtir su tienda su hija hace las compras en Apartadó y las lleva a la vereda. Dice que su mejor clientela son los niños que van por mecato o a chupar bolis. 

Es de conocimiento general que los campesinos viven en precariedad y abandono estatal, y que, por esto, hay una fuga del campo a la ciudad. Esto significa hambrunas, teniendo en cuenta el crecimiento demográfico y que, según el Ministerio de Agricultura, el campo colombiano alimenta a más del 70% de Colombia. Es decir, estos sistemas alternativos que manejan los previenen de sufrir la actual inseguridad alimentaria.  

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Luchar con la vida por la vida

Ana Karina Muñoz y Ana María Luna

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